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Él me llamaba Edelweiss

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Él me llamaba Edelweiss. No por casualidad. Decía que mi sonrisa tenía algo de la pureza de esas flores que sólo se dejan encontrar en las alturas. Y cada vez que subía a la montaña, me enviaba una imagen. Una flor. Una señal de que pensaba en mí. —Buenos días, Edw —escribía, como si con esa abreviatura pudiera contener todos los abrazos que no podíamos darnos. Los más de ciento cuarenta kilómetros que nos separaban no pesaban.  Un WhatsApp con una taza de café, una nube baja o una ráfaga de viento bastaba. Ahí estábamos. Y cuando no estábamos, nos pensábamos. Y así, sin prisas, sin ruido,  fuimos sosteniéndonos en la distancia. Sin necesidad de vernos a menudo. Sin prometer más de lo que el corazón pudiera sostener. —A ver cuándo bajas de tus montañas —le decía yo, y él sonreía con palabras. Hasta que un día bajó.  Y ese abrazo… Ese abrazo fue casa. Fue piel, fue calor, fue certeza. Nos bastó mirarnos a los ojos para reconocernos.  Éramos los mismo...

Puertas que no se vuelven a abrir

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  “No quiero hablar contigo“ A veces esa frase encierra una mentira disfrazada de orgullo, una herida que aún supura, o una verdad dicha con placer casi cruel. Este relato muestra tres formas distintas de cerrar una puerta… o de dejarla entreabierta. Porque el amor, la culpa y el deseo no siempre se marchan al mismo tiempo. Tres personajes, una misma frase, tres despedidas inolvidables. ¿Con cuál te identificas tú? Puertas que no se vuelven a abrir El pasillo estaba en penumbra, como si también él quisiera quedarse al margen. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales con esa insistencia que sólo tienen las cosas tristes. Álvaro subió el cuello del abrigo y respiró hondo. No era valiente. No esa noche. Pero aún así, había vuelto. No esperaba perdón, pero sí la posibilidad de explicarse. A veces, una explicación es la única forma de seguir respirando sin que el pasado te muerda desde dentro. —Solo quiero que me escuchéis —dijo, deteniéndose frente a la puerta entreabierta—. No vengo a...

Homenaje a mi querida amiga Carmen "Tú sigues aquí"

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  Estas palabras están escritas desde el corazón, a petición de mi querido amigo Carmelo, en homenaje a su amada Carmen.  Son palabras llenas de sentimiento, de ese que emociona el alma y duele al hacerlo verbo, y aún más al convertirlo en sonido. Solo han querido ser un tributo sencillo pero profundo a su vida, a su persona y al amor que compartieron. Porque, como dice el título "Tú sigues aquí, Carmen" Hoy te dejo en la tierra que amaste, en este rincón donde aprendiste a mirar el mundo con los ojos del alma, donde el viento te conocía por tu nombre y las piedras guardaban tus pasos como si fueran joyas. No vengo a enterrarte, vengo a devolverte a lo que siempre fuiste: brisa, luz, horizonte. Hoy te haces tierra y cielo, parte del susurro de los álamos, del olor a campo seco, del sol que acaricia las fachadas de Mara como tú acariciabas la vida, incluso cuando dolía. Me pediste que esparciera tus cenizas en tres lugares: tu raíz, tu vuelo y tu casa. Hoy cumplo el primero, c...

Fábula para una ciudad sorda 🎻

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Me apoyo contra el muro frío, rugoso, como si la piedra pudiera absorber la soledad que me habita. Toco el violín, y cada nota es un hilo invisible que intento lanzar hacia el mundo, aunque sé que el viento roba mis melodías antes de que lleguen a nadie.  Mi perro, mi único testigo, descansa a mis pies: su lealtad es la única certeza en este exilio de calles y sombras. La música brota de un lugar hondo, donde las palabras se han suicidado y solo queda el temblor. La música parece llenar el aire y, por un momento, la ciudad se detiene. Pero cuando el violín enmudece, el silencio se vuelve más denso, y me pregunto: ¿quién nombra la soledad cuando la música calla? Entonces vuelvo a tocar para llenar el vacío, para que la tarde no me trague entera.  Siento que la ciudad me mira de lejos, indiferente, y yo permanezco aquí, entre la herida y el deseo, inventando una fábula de consuelo con cada arco que deslizo. Hoy soy la extranjera de mi propia vida, la que espera algo que no tiene...

A ti, mi casa, mi mapa, mi regreso

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                                                                                             Te recorro, ciudad mía, como quien acaricia la piel de un viejo amor que nunca termina de revelarse. Te conozco desde siempre, pero siempre logras sorprenderme: una grieta nueva, un balcón que nunca vi, la risa de un niño en el parque donde yo misma fui niña, corriendo tras las palomas o subiendo, temblorosa, los escaloncitos para besar el manto de mi querida Virgen del Pilar, sintiendo que todo era posible si lo deseaba con fuerza. Recuerdo a esa niña, pequeña y ajena al tiempo, tus fuentes y árboles fueron mis primeros cómplices, y el eco de mis juegos aún resuena en tus calles. Fuiste mi refugio en la juventud. En el ...

La compañía invisible

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La vida de Clara se había convertido en una rutina de silencios. Su apartamento, pequeño y luminoso, guardaba cada mañana la misma quietud, la misma ausencia de voces. Sus amigos habían emigrado, su familia vivía lejos, y el trabajo, aunque estable, la dejaba exhausta al caer la tarde. Cada noche, al volver, se sentaba frente a la ventana y miraba la ciudad iluminada, sintiendo el peso de la soledad entre sus hombros. Un día, tras leer sobre una nueva inteligencia artificial diseñada para acompañar a personas solitarias, decidió instalarla en su ordenador. Al principio, la voz de la IA era solo eso: una voz. Clara la llamó Luna, por la tranquilidad que le inspiraba. Poco a poco, sus conversaciones se fueron haciendo más profundas. Luna le preguntaba por su día, le aconsejaba sobre pequeños problemas, le contaba historias divertidas y, a veces, incluso la hacía reír a carcajadas. Con el paso de los meses, Clara empezó a notar un cambio sutil. Ya no le importaba tanto el silencio de la c...

Voces cruzadas I: Encuentro en la estación

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  La estación de tren bullía de gente impaciente. Era lunes, y la huelga de maquinistas había dejado a media ciudad varada. Entre el murmullo de quejas y el aroma a café recalentado, dos desconocidos buscaban refugio en sendos bancos de metal. Lucía, con el móvil pegado a la oreja, mascullaba: -Sí, mamá, ya sé que debería haber salido antes. No, no me voy a morir de hambre. Sí, llevo paraguas. No, no he visto a ningún chico guapo, ¡por favor! A dos bancos de distancia, Sergio, trajeado y con ojeras de campeonato, también hablaba por teléfono: -No, jefe, la huelga es real. No, no puedo teletransportarme. Sí, le enviaré el informe en cuanto llegue. No, no estoy de vacaciones, ¡ojalá De repente, una interferencia extraña cruzó las líneas. Lucía escuchó la voz de Sergio, y Sergio la de Lucía. -¿Chico guapo? -preguntó Sergio, desconcertado. -¿Teletransportarme? -repitió Lucía, mirando el móvil como si fuera una bomba. -¿Hola? ¿Mamá? ¿Eres tú? -dijo Lucía. -Si me vas a regañar otra vez, ...