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Y así es la vida

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Cuando tenía dieciséis años creía que la vida era una película a punto de empezar. Me veía cruzando océanos, enamorándome en estaciones de tren, viviendo aventuras que dejarían cicatrices hermosas. El mundo era enorme, recién estrenado, y yo tenía la arrogancia dulce de quienes creen que todo está por conquistar. Después llegaron los veinte. Llegaron los primeros amores, esos que no se conforman con tocarte: te incendian. Prometían para siempre, pero terminaron como terminan las tormentas: dejando charcos donde antes había fuegos artificiales. Aun así seguí buscando. El gran amor, el definitivo, el que me sostendría en los días nublados y me celebraría en los soleados. Rozando la treintena apareció un hombre que no prometió fuegos artificiales, sino una silla donde descansar. Y lo elegí. No fue un “destino escrito en estrellas”, fue una decisión. Una de esas que te cambia la vida sin hacer ruido. Y la vida pasó. Vinieron los hijos, las noches sin dormir, las facturas que nadie te expli...

El beso que no debía estar ahí - historia de Halloween🕯️

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A veces, los objetos no son inofensivos. A veces, solo esperan que alguien los mire… para recordarles su propósito.   No recordaba haber dejado el cuchillo allí. Estaba sobre la mesa, como si aguardara su turno en un ritual silencioso. El filo reflejaba un beso carmesí, aún fresco, perfecto. Los labios parecían los de una mujer que sabía lo que hacía: sin temblor, sin prisa, solo una despedida marcada con precisión quirúrgica. Alrededor, unas arañas de plástico daban al conjunto un aire de broma —una escenografía de Halloween—, pero algo en la escena no cuadraba. Sus patas negras estaban cubiertas de polvo, como si hubiesen estado allí mucho antes de la decoración.   Como si esperaran a alguien. Él se acercó despacio, observando cómo el reflejo del acero devolvía su rostro dividido: media sonrisa, media sombra. Recordó entonces la llamada anónima, la voz susurrante que le había dicho: “Cuando encuentres el beso, ya será tarde.” Un golpe de aire movió la cortina. Las luces...

Capítulo IV: El peligro de la obediencia ciega - Saga: Mi Sombra

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  Madrid. Barrio de Chamberí. El amanecer se derramaba sobre los tejados con el mismo silencio obediente de los días censurados. Llevaba meses sin sentir el pulso de la calle ni el temblor del peligro. Rodeado de mis compañeros comunes, que últimamente parecían tener más suerte que yo, pues salían cada día de su sueño de cartón. Aquella mañana, Alondra, como siempre, había llegado puntual a su oficina en la embajada británica. Trabajaba concentrada, la cabeza ligeramente inclinada, el cabello sujeto con una horquilla. Sus dedos bailaban sobre las teclas, traduciendo discursos y cartas para el agregado comercial. El muchacho del correo entró con su habitual torpeza, dejó sobre la mesa un fajo de documentos y se marchó sin levantar la vista. Entre los papeles asomaba una hoja con el sello grabado a fuego en tinta negra: el cuervo de alas abiertas. Bastó una mirada para reconocerlo. El Cuervo volvía a llamarla. Alondra no hizo gesto alguno. Solo acarició el borde del papel y lo escond...

Capítulo III - Berlín 1956: El eco dividido

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  Nuevamente, llevaba casi dos años en reposo, durmiendo en mi caja de cartón en lo alto del armario. A mi alrededor dormían zapatos comunes: de tacón gastado, de oficina, de cenas sin peligro. Yo no pertenecía a ese mundo. Fui hecho para vivir al límite, para marcar pasos que cambian destinos.  Aunque el polvo me cubría, estaba seguro de que la espera merecería la pena. Sabía que Alondra, aun en el retiro aparente, nunca dejaba de escuchar. Seguía en su discreto apartamento de Chamberí, con balcones que daban al rumor del tranvía y a las voces del mercado.  Cada mañana abría las ventanas, regaba las plantas y ponía la radio. Algunas tardes escuchaba su disco favorito de Edith Piaf, otras algo de Sonny Rollings, como si la música pudiera mantener al mundo sereno. Su vida diaria era ordenada, anodina a los ojos de cualquiera. Como secretaria en la embajada británica y ocasional intérprete, oía confidencias de ministros, filtraba discursos antes de que salieran a la luz. No...

Capítulo II: Sombras en el Bósforo

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Dos años de silencio. Dos años guardado en una caja de cartón bajo la cama de Alondra. Creí que la guerra había terminado para nosotros, que mi cuero se había secado para siempre. Pero aquella mañana algo cambió: sonaba en la radio un tango lento, casi apagado, de esos que encienden la piel. Para Alondra era una señal; para mí, el pulso del peligro volviendo a la vida. El timbre sonó tres veces, con un intervalo exacto de tres segundos. Nadie tocaba así salvo quien conocía las reglas no escritas de nuestro pequeño mundo. Alondra abrió sin decir palabra. El hombre del rellano no entró; solo deslizó un sobre negro bajo la puerta. El sello: un cuervo con las alas abiertas. El Cuervo. Ni una persona, ni siquiera una nación. Un símbolo. Una sombra eficaz nacida de las ruinas de la guerra, donde espías de países distintos obedecían a un mismo propósito: reunir fragmentos de verdad —mapas, nombres, rutas— que algún día cimentarían una Europa más fuerte, menos vulnerable. Alondra nunca pregunt...

Mi Sombra, el zapato de una espía: Prólogo - Capítulo I

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PRÓLOGO Viejo, gastado, errante. Así me vería cualquiera tirado en un armario. Pero guardo más historia en mi suela que muchos en toda su vida. Pertenezco a Alondra , mujer que recorrió el siglo XX con pasos firmes y silenciosos. Hoy está mayor, ajada, y sus recuerdos se dispersan como polvo en la luz. A veces sonríe sin saber por qué, a veces me mira como si intuyera que yo guardo lo que ella perdió. Porque yo no soy solo un zapato. Soy Mi Sombra , su talismán, sus pies en las huidas, su salvavidas en las persecuciones. Cada cicatriz que sufrí fue reparada con esmero: una costura reforzada en Lisboa, un tacón rehecho en Londres, un cuero lustrado en Viena. Ella nunca me reemplazó. Yo era más que un objeto; era su cómplice. En mis grietas se esconde la memoria de ciudades en guerra, de pasaportes falsos, de encuentros en cafés donde un leve roce significaba la diferencia entre la vida y la muerte. Yo la acompañé cuando nadie más lo hizo. Y ahora, cuando su mente ya no recuerda, me toca...

Jaula y llave

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Clara sujetó con fuerza la taza de café mientras miraba por la ventana de la cocina el paisaje tranquilo que rodeaba la casa de Patricia, su amiga de toda la vida.  El aire puro de la montaña parecía llevarse consigo un poco del peso que sentía en el pecho, pero su mente seguía atrapada en esas dudas que últimamente parecían no dejarla en paz. Había decidido visitar a Patricia para huir del ruido de la ciudad y encontrar, quizá, un poco de claridad en aquel remanso de paz. A sus cincuenta y seis años tenía una vida estable, pero también una sensación creciente de desorientación. El estrés del trabajo y el vacío de la casa sin sus hijos la dejaban exhausta, como si la vida le hubiera robado su lugar sin previo aviso. Mientras deshacía la maleta, recordaba los últimos días en la oficina, las miradas que ya no eran las mismas, la llegada de alguien veinte años más joven que parecía ocupar un lugar que ella sentía suyo. Cerró los ojos y respiró hondo: todavía se sentía aquella muchacha...